Es primera hora de la mañana y muchos todavía duermen. Aurora observa el árbol a través del cristal, mientras habla con sus propios pensamientos. El tronco del sauce llorón, la hierba que lo rodea y sus hojas -que empiezan a multiplicarse con la llegada de la primavera- aportan la única nota de color entre una sinfonía de tonos blanquecinos: el techo, las paredes, las sábanas, las cortinas, la fachada del pabellón de enfrente, el camino de tierra fina… Incluso el cielo ha cambiado hoy su azul puro y despejado, el habitual en esta parte de Badalona, por unas nubes blancas y enmarañadas que tapan el sol y difuminan el horizonte.
De pronto, un avión vuela bajo cruzando el trocito de cielo que Aurora alcanza a ver desde la cama. Se pregunta qué tipo de personas estarán viajando en ese avión y cuál será su destino. ¿Serán familias con niños pequeños que se van de vacaciones después de meses y meses ahorrando? ¿Ejecutivos/as en un breve viaje de negocios, con la única compañía de sus proyectos y ambiciones? ¿Jóvenes que, rumbo a un país desconocido para ellos, se alejan en busca de otros aires y nuevas oportunidades de prosperar? ¿Quizás algún grupo de amigos, o una pareja, disfrutando de su primer viaje sin adultos? ¿O alguien que se escapa en solitario después de un gran cambio -bueno o malo, planeado o repentino- en su vida?
A Aurora cualquiera de esas posibilidades le parece una aventura, más atractiva y emocionante que su propia situación en este momento. Bien, estar en una cama de hospital no parece muy apasionante, pero pensándolo mejor, los menos de 30 años que componen su vida han sido de todo menos aburridos y monótonos… Ha vivido muchas experiencias, seguramente más que la mayoría de los viajeros del avión, o más extremas, o por lo menos distintas, porque se trata de vivencias muy poco habituales. Igual que en algunos de los casos que ha imaginado, Aurora también ha sufrido grandes cambios en su vida; pero en su caso no han sido cambios previstos, ni voluntarios, ni transitorios, ni positivos (al menos en principio), mientras que sí que han sido inesperados, bruscos e irreversibles.
Imagina que ella es como el último caso que le ha venido a la cabeza: también le hubiera encantado hacer un viaje en solitario para asimilar ciertas dificultades que se le han presentado de pronto en varios momentos clave de su vida; pero ya nunca podrá estar sin compañía más que unas pocas horas. A veces siente que necesita esa soledad, pero a la vez agradece infinitamente su gran suerte de tener el apoyo de otras personas que la quieren y la han ayudado, de una forma u otra, a superar las piedras que ha encontrado en el camino hasta ahora. Se podría decir que de momento ha podido ir esquivando esas piedras (o más bien pedradas), pero quizás sería más correcto decir que ha sobrevivido a ellas.
Volviendo a pensar en el avión y sus pasajeros, se da cuenta de que en todas las historias que se le han ocurrido los protagonistas empiezan o emprenden algo, cuando en realidad existen las mismas probabilidades de que su vuelo no sea de ida sino de regreso. Es curioso cómo generalmente las personas pensamos mucho en los inicios, pero escasas veces reflexionamos sobre los finales, por lo menos previamente a su llegada… Aurora, a pesar de su corta edad, sí que piensa a menudo en su final. No sólo se ha planteado cómo será su muerte sino que, algunas veces totalmente de frente y otras “más de pasada”, se ha topado de bruces con Ella con tanta frecuencia que ya ha perdido la cuenta.
Hace unos días, hablando con uno de los enfermeros del hospital en el que está ingresada (más que un hospital, para ella es su segunda casa y los trabajadores su segunda familia) éste le dijo: “¿cuántos años han pasado ya desde que nos conocimos?”, a lo que Aurora contestó que en junio de este año ya serán 11. El enfermero le respondió enseguida: “qué rápido pasa el tiempo… pues que sepas que dentro de lo que cabe puedes estar contenta, porque a estas alturas ya estás batiendo récords”. Aurora dedujo a qué se refería, pero por si acaso le preguntó: “¿de supervivencia?”. Él le contestó que sí, que la gran mayoría de personas en una situación parecida a la de ella que había conocido hasta ahora habían fallecido bastante antes de cumplir una década (a partir de “su segundo nacimiento”).
Un rato más tarde, en la ambulancia de camino a hacer unas pruebas médicas, Aurora se lo contó a su madre; ella le confesó que ya lo sabía porque, cuando Aurora tuvo un diagnóstico claro después de su accidente, los médicos le dijeron que la esperanza de vida era entre 2 y 10 años. A su vez, Aurora le explicó que ella también lo sabía desde el principio, porque lo primero que hizo en cuanto tuvo la oportunidad de utilizar un ordenador fue buscar qué consecuencias tenía una lesión medular cervical como la suya y cuántos años le quedaban de vida (en teoría, claro). Durante casi once años ambas habían guardado el mismo secreto sin saberlo, solo para no preocuparse la una a la otra.
Las secuelas de la sección en la médula que sufrió Aurora a los 18 años son muy numerosas y limitan su vida en gran medida, afectando también a la de las personas que la rodean en su día a día. Entre otras cosas, no puede mover su cuerpo en absoluto por debajo de los hombros, lo cual acarrea todavía muchas más consecuencias de las que uno puede imaginar en un primer momento. Ella imagina que cualquiera se podría hacer una idea aproximada sentándose en una silla o estirándose en la cama durante unas horas (o días), con brazos y piernas bien atados, sin poder moverse en ningún momento por sí mismo. Sin poder acomodarse cambiando de postura, rascarse, taparse o destaparse si hace frío o calor, tocar nada ni a nadie, meterse solo en la cama a dormir y dar un salto para salir de ella la mañana siguiente, salir y entrar de casa o desplazarse por la habitación, ni siquiera satisfacer las necesidades más básicas (beber, comer, lavarse, ir al baño…) sin la presencia y ayuda constantes de una tercera persona, o a veces dos.
Aun probando este experimento de empatía, Aurora sabe por propia experiencia que hasta que una persona se encuentra realmente en la situación, no se imagina el resto de sus implicaciones (mayormente negativas y en todos los ámbitos: en cuanto a la salud física, la propia mente y autoestima, las relaciones y vida social, las necesidades económicas… y en resumen las situaciones y dificultades que se van presentando en el día a día, por no añadir un largo etcétera).
Por lo tanto, Aurora ya no puede (ni podrá) disfrutar de su libertad ni su independencia, entre muchas otras cosas que le ofrecería la vida si ese accidente nunca hubiera tenido lugar, o si no hubiera sucedido tan pronto. Esa noche, la primera después de terminar la selectividad, seguramente hubiera vuelto a casa tarde después de celebrar con su pareja y amigos las buenas notas que sabía que sacaría. Durante ese verano habría viajado todo lo que pudiera y al volver planeaba independizarse yendo a vivir a Barcelona junto a su pareja o su mejor amiga, después de años trabajando y ahorrando para poder hacerlo. En septiembre hubiera empezado las dos carreras que había decidido estudiar, disfrutando del mismo nivel de libertad que sus compañeros de universidad.
En los años siguientes hasta la actualidad, en muchos aspectos no ha podido vivir una juventud “normal” y echa en falta muchas cosas que la mayoría de la gente da por hechas, aunque probablemente ella tampoco habría sabido valorarlas lo suficiente de no haberlas perdido. Por causas inevitables (y para nada voluntarias) ha “gastado” mucho tiempo de su vida encerrada entre cuatro paredes: en el hospital -el primer año entero, para empezar- y posteriormente también en su casa. De los diez últimos años, si se pone a sumar, calcula que ha pasado aproximadamente dos de ellos sin poder levantarse de la cama para nada, en una de las ocasiones durante 9 meses seguidos.
Pero a pesar de todo esto, Aurora siempre ha apostado por la vida y por disfrutarla, intentando superar las limitaciones, buscando la manera de hacer posibles sus aspiraciones e ilusiones, aunque a veces suponga tomar un camino distinto, casi siempre más largo y complicado pero también más satisfactorio. De vez en cuando tiene días malos o nostálgicos como todo el mundo, pero sabe que regocijarse en las cosas negativas más tiempo del estrictamente necesario (sí, necesario, porque de las situaciones malas también se aprende) no le hace ningún bien a nadie; prefiere no centrarse en lo que ha perdido o lo que no puede hacer, para ocupar sus pensamientos en lo que ha ganado y todo lo que le queda por experimentar y por conseguir. Aunque también se ha encontrado con muchas decepciones y a veces la convivencia en ciertas situaciones resulta difícil, Aurora tiene familia y amigos a su lado que la han acompañado en los buenos y malos momentos, además de ayudarla a conseguir sus grandes metas.
Por eso, dentro de su desgracia (por llamarlo de alguna forma), Aurora incluso se siente afortunada por muchas razones y es consciente de que su situación también le ha aportado muchas cosas positivas. Por ejemplo, la ha empujado a superarse y a aprender sobre el mundo, sobre las personas y sobre sí misma más de lo que muchos aprenden en toda una vida; personas que quizás tienen una existencia más llevadera y fácil pero a la vez menos estimulante, profunda y enriquecedora. De todas formas, todo ser humano tiene problemas, algunos más graves y otros más triviales, pero casi siempre creemos que los propios son peores que los de los demás. Aurora piensa que su vida podría ser mucho mejor… pero también que podría ser mucho peor. No vale la pena darle más vueltas.
En definitiva, Aurora preferiría estar sana, libre y algo más despreocupada como la mayoría de las chicas de su edad; pero por otra parte, si no llevara casi 11 años (y cuando sume siete más, media vida) en silla de ruedas y con una tetraplejia grave, no habría tenido la oportunidad de vivir muchas otras experiencias -algunas realmente especiales para ella-, no habría conocido a muchas personas maravillosas que ahora forman parte de su vida y tal vez tampoco hubiera encontrado todavía la forma de sentirse verdaderamente realizada como persona, que es como se siente a veces cuando tiene la oportunidad de ayudar a alguien en situaciones parecidas a las que ella ya ha pasado.
Además, intenta seguir con sus proyectos donde los dejó, para continuar haciendo las cosas que le gustan (salir, hablar, reír, conocer personas y lugares nuevos, volar de todas las formas posibles y mil cosas más) y conseguir sus objetivos de todos modos: desde unos meses después de su accidente estudió lo mismo que había planeado, yendo a clase todos los días, y también ha trabajado en varias empresas. Ahora, sus próximos retos son independizarse y auto emplearse, además de otras metas personales.
A Aurora le encantaría poder vivir el máximo de años posibles, ojalá hasta los 80 o 90 (o incluso más) como prácticamente todos sus antepasados más cercanos. Tiene una lista de “Cosas que hacer y sitios donde ir antes de morir” que cada vez es más larga, aunque sabe perfectamente que es casi imposible que le dé tiempo de cumplirla (ya sea por su -supuestamente- corta esperanza de vida o por los crecientes problemas que la progresiva degeneración de su cuerpo le va trayendo poco a poco).
Bastantes personas, sobre todo de su edad, le han confesado a Aurora frases similares a ésta: “No sé de dónde sacas las fuerzas para afrontarlo todo de esta manera; con mucho menos de lo que te ha pasado a ti, en el primer mes yo ya me hubiera pegado un tiro.” Y ella, con su habitual humor negro, esboza una sonrisa socarrona y contesta siempre lo mismo: “Pues yo no tengo la más mínima intención de morir pronto y menos aún pegándome un tiro, pero aunque quisiera… piénsalo, ¿no crees que necesitaría a alguien para que sujetara el arma y apretase el gatillo? ¡Hasta para suicidarme lo tengo chungo!”
De vez en cuando Aurora se deja llevar por la rutina sin darse cuenta, como si olvidara que la vida es demasiado corta para dejarla pasar sin pena ni gloria, pero tarde o temprano siempre sucede algo que se lo acaba recordando de nuevo. Y así, quizás por rebeldía o por pura tozudez y ganas innatas de llevar la contraria, reacciona a su manera: en las veces que ha estado cerca de morir hasta ahora, cuanto más peligro ha corrido y más le ha costado salir adelante, más fuerza, ímpetu y ganas de vivir tiene después…
De pronto, alguien entra en la habitación y Aurora, hasta ahora completamente absorta en sus pensamientos, vuelve de repente a la realidad. No sólo ha estado divagando sin rumbo, dejándose llevar totalmente abstraída del resto del mundo, sino que ha aprovechado para meditar en voz alta y así grabar en el móvil sus reflexiones, para después escucharlas y tal vez transcribirlas en su ordenador. Escribir de vez en cuando lo que le va viniendo a la cabeza le resulta terapéutico y, quién sabe, quizás este texto le sea útil para algo en un futuro; y si no, sabe que al menos le gustará releerlo ella misma de aquí a un tiempo.
Unos días más tarde, utilizando las aplicaciones adaptadas que necesita para usar su ordenador, Aurora anota todos esos pensamientos. Si pudiera escribir como antes… para empezar, ya fuera a mano o a máquina, no habría tardado en hacerlo ni una décima parte del tiempo que le ha tenido que dedicar en realidad (exactamente lo mismo que le pasa a diario en la mayoría de las situaciones de su vida cotidiana, que casi todo resulta mucho más lento y complicado). Pero no se trata sólo de eso, lo echa de menos por razones que van más allá de la mayor o menor rapidez. De hecho, entre los hobbies que Aurora más añora están escribir de su puño y letra, dibujar y leer libros (o cualquier otra cosa con letras que llegara a sus manos) en papel.
Todavía le gusta curiosear de vez en cuando entre las estanterías de las papelerías y quioscos, aunque nunca compre nada por no poder usarlo. En cuanto a los libros, no le gusta nada leerlos en una pantalla, aunque para ella es la única forma de hacerlo sin necesitar ayuda; también preferiría dar vueltas por librerías y bibliotecas, en lugar de navegar por el catálogo de libros de alguna tienda online.
Aunque ya no puede trazarlos físicamente, recuerda perfectamente los movimientos exactos de su mano sobre el papel al escribir, dejando su letra marcada en relieve por la costumbre de presionar demasiado con la punta de los bolis (esos cuyos tapones siempre acababa mordisqueando inconscientemente); cómo necesitaba siempre colocar los folios torcidos en diagonal para conseguir escribir en línea recta (contradictorio, ¿verdad?) y así no desviar los renglones hacia arriba; los garabatos o dibujos que hacía en los márgenes mientras pensaba; la velocidad a la que llenaba su libretita de notas siempre repleta de listas de todo tipo, de recordatorios de fechas importantes o tareas pendientes y de frases e ideas surgidas en los momentos más aleatorios. También recuerda que le encantaba oler los libros nuevos cuando los abría por primera vez, repasar con las yemas del índice y del corazón las letras en relieve del lomo, acariciar el satinado de las fotos o dibujos de las tapas y notar entre los dedos el tacto y el grosor de las hojas, de donde mientras tanto las palabras se escapaban para convertirse en imágenes, sonidos, olores, historias que cobraban vida en su imaginación.
Puede parecer una tontería, pero a Aurora le da la impresión de que todas esas pequeñas costumbres y sensaciones la ayudaban a concentrarse más, y de esta manera a leer o escribir mejor. Como si, por el hecho de involucrar también los movimientos y el sentido del tacto en esos momentos, se le acentuara la imaginación al leer y la creatividad al escribir. Como si el estar más inmersa en esa narración, fuera ésta verosímil o una ficción imposible, le permitiera sentirla mucho más próxima a ella y convertirla en más real.
Aunque lo cierto es que hoy a Aurora no le hace falta el tacto para percibir la existencia y sentir en su propia piel lo que está escribiendo. Más que nada porque, aunque se está expresando en tercera persona, todo lo que está contando lo siente plenamente auténtico y suyo, en su interior y también exteriormente, en su mente y en su cuerpo, tan real como la vida misma. Como esa vida a la que tanto ama a pesar de todo, la vida a la que tanto se aferra, como si fuera mucho menos cruel de lo que es en realidad; Aurora intenta convencerse a sí misma de que esa vida siempre va a valer la pena y de que ella va a seguir burlando al destino una y otra vez… aunque sólo sea porque sabe que ella existe, pero que exista el destino quizás no está tan claro.
Podría decirse que “ella”, esa chica llamada Aurora, no es realmente la protagonista de este relato, pero eso no significa que su historia sea inventada. Porque Aurora sí que existe de verdad y todo lo que ha escrito es real al 100%… exceptuando un solo detalle: que, aunque no ha parado de repetirlo como si lo fuera, “Aurora” no es su verdadero nombre. Porque yo no me llamo Aurora, pero Aurora soy yo y esta (“su historia”) es mi vida.
«Aurora apuesta por la vida»
III Premios CEU por la Vida, 2018
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